BISTURÍ 500

BISTURÍ 500 (una serie de cirugías semanales a corazón abierto)

            plumabisturí (I)                                              El prójimo anda suelto

Por Héctor Peña Díaz

En días pasados tomaba café con un amigo en un sitio más o menos elegante, cuando fuimos abordados por un hombre menesteroso que ofrecía unos bolígrafos. A mí me encantan, sobre todo, los más baratos porque casi nunca fallan el trazo. Le quería comprar uno y conversábamos sobre ello, cuando de repente el dueño del local se interpuso entre el vendedor y nosotros,  lo increpa con acritud  y lo conmina a salirse del local. Yo protesté sin alterarme y le dije al dueño: me acaba de interrumpir una charla con el señor. Entonces, inició una retahíla de quejas contra los habitantes de la calle: «Todos son ladrones, sucios, malolientes que vienen a molestar los clientes y yo tengo a diario  que cuidar mi negocio…», etc., etc. El señor de los bolígrafos se sintió ofendido por el trato recibido, reclamó su condición de ser humano y casi lloraba de la indignación. Sin desestimar las razones del dueño, se me vino a la cabeza una idea de Borges y le dije: amigo es mejor equivocarse a favor y no en contra  de las personas, porque si es así no es tuyo el error. Además, para vivir con decencia hay que tener un espíritu compasivo, y a todo ello, se agregaba que ya era mediodía cuando el filo del hambre hace estragos hasta en las almas más buenas y el hombre que vendía plumas estaba tratando de cuadrar lo del corrientazo. No se me olvidan sus ojos rabiosos por el trato recibido, no se me olvida la palidez del dueño por la ira contenida. Luego, el dueño me explicaba que el remanente del pan que producía lo repartía al final del día entre los recicladores. En fin, el café me resultó más amargo de lo que lo pedí y pensé: este sistema es una trampa, produce injusticia a raudales, fabrica pobres, como el tiempo, polvo; destruye el espíritu fraterno, crea distancias irreconciliables entre los seres humanos… En este caso, el dueño solo pudo ver los efectos de la injusticia: culpar a los hambrientos y no al hambre; el señor de los bolígrafos anda al margen tratando de sobrevivir en un territorio de lobos (¡perdonen los hermanos Canis lupus!) donde si miramos bien sus dientes (los del señor de los bolígrafos y también, los de los lobos) son apenas de leche frente a los colmillos de los poderosos.

Prójimo, s.  Aquél a quien nos está ordenado amar como a nosotros mismos, pero que hace todo lo posible para que desobedezcamos.  (Según Ambrose Bierce)

Prójimo, s. El que no es de mi familia. El que nos quiere robar. Los demás. Mi gente.

 

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