Enrique Santos Molano/Homenaje

EL AUTOR DE MEMORIAS FANTÁSTICAS Y LA OTRA COLOMBIA.

Enrique Santos Molano 80 años

EL AUTOR DE MEMORIAS FANTÁSTICAS Y LA OTRA COLOMBIA


 Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD
Presidente de la International
Gramsci Society, IGS- Colombia

“Cuando vuestro corazón palpite al mismo ritmo de las aventuras de nuestros héroes, y sufráis con ellos en sus continuas desventuras, y sus trances, uno tras de otro, os corten el aliento…entonces veréis cómo la historia de mis manuscritos es menos fantástica que la que ellos mismos narran…” Enrique Santos Molano, en: Memorias Fantásticas, p. 13.

“Para mi querido amigo, Héctor Peña, gran escritor y poeta. Compañero de exilios varios, con el afecto entrañable de E.S.M. Bogotá, 12/11/2019. 49 años después”. Dedicatoria del libro Memorias Fantásticas hecha por su autor.

A raíz del cumpleaños de Enrique Santos Molano, nuestro común amigo, Héctor Peña Díaz, atento a la obra y vida del brillante historiador, me prestó una copia de la edición de Memorias Fantásticas, que le regaló su autor; realizada por la Cooperativa editorial de escritores. Es la correspondiente a la sexta edición de noviembre de 1970, y contiene varias rarezas de su impresión.

Un detalle adicional para bibliófilos y curiosos, la primera edición completa de esta novela histórica se publicó en agosto de 1970. Lo dicho sirve para recordar el gran éxito obtenido, entretejida de modo magistral en torno a la vida de Antonio Nariño, el precursor de la independencia de Colombia. En el diseño de la portada, hecho por el artista, el collage incluye la siguiente leyenda: “…Pero Esos tiempos ya pasaron y Esperamos, Ciertas Gentes Rebeldes, que No Volverán…”

No conozco a la fecha, cuál fue el número de copias impreso para cada entrega, pero sí la notable, sorprendente avidez de sus primeros lectores, para quienes Enrique era ya un intelectual y periodista de postín. Antes había publicado un primer libro, El Grande Ideal (1960), y luego un magazine cultural, Yaraví (1963), cuando comenzó también sus colaboraciones en el diario de su tío abuelo, El Tiempo.

Esa incursión cultural recuperaba un vocablo derivado del quechua, “Harawi”, que es un derivado del mestizaje de las lenguas surandinas extendidas desde el Perú hasta la Nueva Granada. Según un estudioso, Diego González Holguín, está referido a un modo literario/musical, digo, una suerte de novo romanticismo que recrea musicalmente cantos del recuerdo, del amor ausente, muchas veces compuesto en endechas por los artistas y trovadores mestizos citadinos en la provincia peruana del siglo XVIII en adelante.

La edición que leo ahora se terminó de imprimir el 23 de noviembre de 1971, en los talleres de la editorial Visión Litografía, en Bogotá. La portada, el diseño y la ejecución fueron de Alberto Rosas Foschi. En las páginas interiores, al revisar los créditos y demás información uno se entera que la obra original estuvo terminada en su primera parte en 1965. Enseguida se publicaron tres más. Tuvieron los siguientes nombres, en este ejercicio por entregas: El arcano de la Filantropía; En el poder; La campaña del Sur; y Cartagena.

Con el éxito alcanzado con la aparición de la primera parte, Enrique Santos se envalentonó como imprenditore de la cultura, y dispuso su fortuna bien habida para fundar una editorial que publicó diez autores, relativamente desconocidos, cuyos nombres desconozco en estos días. Logró ponerlos a consideración pública, pero esta vez las ventas no lo favorecieron, y lo llevaron a la quiebra. Comprometieron también la publicación de las siguientes partes de Memorias Fantásticas que alcanzaron sin embargo hasta la entrega cuatro, y le permitieron resarcir en parte pérdidas económicas, pero no de su audiencia.

La serie dedicada a Antonio Nariño, después de los éxitos cosechados, como una especie de novela de folletín anacrónico, en el renovado estilo de los clásicos franceses del género, apareció por fin, completa. Luego, esta novela histórica de nuevo tipo consiguió varias reimpresiones; ya contabilizaba seis para el año de 1970.

Ésta última, en forma condensada, nos informa las primeras peripecias de Enrique, después escritor y cultor de la historia política y cultural de Colombia. A los 12 años hizo su debut como periodista juvenil, con “El Tiempito”, un semanario, al que siguió “La Columna”, que dirigió cuando ya tenía 16, para a los 17 años, aventurarse en revivir la publicación de su padre, Enrique Santos Montejo, “La Linterna”, cuya segunda época, es cierto, resultó muy breve.

Porque, en la primera etapa, La Linterna circuló bajo la conducción de su fundador, Enrique Santos Montejo y Pedro Antonio Zubieta. Era hermano de Eduardo Santos, nacido en Bogotá en 1886, pero afincado y dedicado al periodismo en la ciudad de Tunja, entre los años 1909-1920.

La Linterna fue por años la tribuna su padre, que de liberal de izquierda pasó a ser el columnista más leído por el establecimiento colombiano, esgrimiendo un ideario liberal manchesteriano con influencias de John Stuart Mill. Lo hizo escudándose bajo el seudónimo de Calibán, una figura shakespeariana de la Tempestad, que tuvo otra lectura de Roberto Fernández Retamar a propósito de cómo caracterizar la literatura latinoamericana.

Antes, el primero en la dinastía de los Enriques se hizo célebre en la provincia, porque enfrentó al obispo de Tunja, monseñor Maldonado Calvo, soberano del sentido común dominante en aquella rancia villa colonial, quien no tuvo empacho en excomulgarlo en dos oportunidades. Después, vinculado en 1919 con el diario El Tiempo, Calibán fue siempre, un fiel escudero de Eduardo Santos, el tío propietario desde 1913 del diario liberal. La emprendió contra figuras liberales heterodoxas como Jorge E. Gaitán; y muchos años después, a la misma casa editorial llegó su hijo, precedido de fama como historiador.

Con esta herencia familiar se forjó a pulso y trazo, uno de sus tres vástagos, Enrique Santos Molano. Creció y maduró moviéndose entre las orillas de la rebeldía y el romanticismo que añora los tiempos idos. Acababa de arrancar su saga sobre Antonio Nariño, cuando se hizo parte de la empresa editorial de los Santos, donde probó su habilidad investigativa combinada con una exquisita vena narrativa y una vocación republicana democrática a la que no renuncia al cumplir ocho décadas de trajinar con la verdad y las mieles de la ficción.

La obra histórico literaria, una muestra.

El oficio literario de Enrique Santos Molano está presente de modo magistral, en recuerdo de la mejor picaresca española, valga decirlo, desde la antesala que acompaña a la novela completa que tituló en sus siete partes Memorias Fantásticas:

 “Estando para concluir mi “Biografía del General Nariño”, quise viajar a Villa de Leiva y averiguar el motivo que indujo al Precursor a escoger aquellas tierras como postrera morada. Y con razón… La casa donde el viejo luchador pasó los últimos días, es también radiografía de su vida; no podía estar más descuidada por el pueblo y el gobierno ingratos que, semejantes a los contemporáneos de Nariño, nunca supieron apreciar su grandeza en lo mucho que vale.

Rodeado de ambiental tranquilidad entré en la vetusta casona; todo tiene en ella aire de dignidad que impone; paso a paso la recorrí varias veces tratando de ubicar los sitios n los cuales hubiera podido estar Nariño…Después de horas de permanecer parado, estático en aquel lugar, decidí retirarme y, ya lo hacía, cuando mi zapato se enredó en una tabla y caí de bruces…

…la tabla se había salido de su sitio y por entre el resquicio que dejó asomaban varios papeles que por curiosidad me agaché a recoger, y como estaban manuscritos, la curiosidad se transformó en interés. Uno a uno los saqué con cuidado…los junté como mejor pude…y salí, los manuscritos bajo el brazo, avizorando a todos lados, con la misma zozobra de quien ha encontrado un tesoro y no quiere que nadie se entere” (ESM, p.11)

 Estos primeros detalles reproducidos tienen, en parte, el dulce contagioso sabor de un thriller, de la novela negra y el cine norteamericano que la recrea en la posguerra hollywoodense. Cuando el autor nos transporta a la primera plana de un codiciado hallazgo, las fantásticas memorias de don Antonio Nariño padre, y de don Antonio Nariño, hijo:
Memorias de don Antonio Nariño y Álvarez, redactadas por él durante sus diversas prisiones y al final de su vida, en la Villa de Leiva.

A este suspenso le añade otro más. Dice Enrique, en primera persona, lo que sigue:

Aunadas a estas memorias, mejor diré yo que refundidas, encontré otras: Memorias de Don Antonio Nariño y Ortega, hijo del que fue presidente de Cundinamarca, y relativas a los acontecimientos que tuvieron lugar en la ciudad de Cartagena, y siguientes sucesos, hasta la entrada de los ejércitos libertadores en la ciudad de Santa Fe, el año de 1819.

Para darle más realismo a su envolvente relato, Santos Molano precisa que, Las primeras memorias, las de Nariño padre, precursor de la independencia latinoamericana y de las ideas liberales en el continente llegan hasta 1816, y se reanudan en 1820. El vacío lo llenan las de Antonio Nariño, el hijo, que corresponden a los cuatro años de prisión de su padre en la Real cárcel de Cádiz.

El escritor de esta joya literaria moderna, reunida en 711 páginas, afirma que algunas de las hojas del segundo manuscrito original se perdieron, y tuvo que reconstruirlas:

 “… con base en investigaciones prolijas que concordaran con los relatos originales; creo que al cabo de tanto trabajo…quedaron más o menos como ellos las escribieron, el uno en sus 16 años de prisiones y en los últimos días de su vida que pasó en la Villa de Leiva; y el otro, ignoro en qué circunstancias.” (ESM, p. 13)

Este es el estilo prístino e intrigante con el que Santos Molano engarza/engasta cada una de las páginas donde campea su héroe político predilecto, Antonio Nariño, precursor de las ideas liberales en el continente americano. Para que no quede duda de lo escabroso de una nueva búsqueda, aclara que concluida la faena de copiar esos providenciales escritos, al abrir “el cajón donde los guardaba celosamente y… ¡Santo Dios!… ahí no había nada”.

 Otra labor detectivesca, laboriosa que compite con Sherlock Holmes y Hércules Poirot, que lo paseó por los bajos fondos de la Biblioteca Nacional, la Luis Angel Arango y el Archivo Nacional, hizo que plasmara después la vida y peripecias del poeta moderno y anticapitalista, pionero de la novela colombiana, José Asunción Silva. En palabras de Enrique mismo:

“Tratando de entender los motivos reales que habrían llevado a José Asunción Silva a suicidarse de la manera menos indicada posible, pegándose un tiro en el corazón (un tiró que nadie oyó) a las tres o cuatro de la madrugada del 24 de mayo de 1896, trabajé veinte años en su biografía que, con la irresponsabilidad más alegre, me había comprometido a entregar en cuatro meses. Empecé a mediados de 1972 y terminé a mediados de 1990.” (ET, 26/11/2015)

La pasión por las biografías

Ambas son biografías construidas entre la ficción y la realidad documental más rigurosa de lo que fueran los finales del siglo XVIII y el siglo XIX, en Bogotá, y a ratos Colombia. En el caso de Silva, es una biografía monumental por extensión e intriga, la remata con el aserto de su asesinato que cierra ya, en su primer borrador de 1985, para sostener que no se había suicidado:

 “Su muerte fue el producto de una clásica conspiración, adecuadamente orientada para hacer que aparentara un suicidio.” Y claro, el cierre es de novela: “Aunque identifiqué a los autores del asesinato…me fue imposible reunir las pruebas concretas, contundentes, que me permitieran mencionarlos y acusarlos.” ¿Nos lo dirá nuestro autor alguna vez? No, al celebrar sus ochenta años de prodigiosa vida, que lo sepamos.

La saga de las Memorias

 Pero, concentremos en muestras de la obra Memorias Fantásticas. Si reparamos en el índice de esta novela histórica, en lo formal luce como una suerte de ópera con siete partes y un epílogo. Reúne la furia del romanticismo aquilatada por las gotas de ajenjo del realismo crítico. Una intriga conducida entre sombras por la doble figura de un tal Aniceto Funes y Peter Whitelaw, el periodista inglés que como camaleón está presente en todos los momentos cruciales de las Memorias.

Funes aparece en uno de los álgidos momentos de la conocida como Patria Boba, cuando el general Antonio Baraya, en representación del Congreso se dispone a atacar a Santa Fe, y someter a Antonio Nariño, el presidente del Estado de Cundinamarca, quien ha ofrecido una capitulación honrosa que Baraya rechazó, en una comunicación perentoria que enseguida cito:

“…entrégame inmediatamente las armas, pertrechos y municiones, que tanta falta hacen en nuestras fronteras, y saliendo de esa ciudad, véte a Tunja a ponerte en manos de aquel cuerpo, si desconfías de Ricaurte o de mí. Este es el único partido que puedes abrazar en honor tuyo y mío. De otro modo, esa ciudad va a padecer aflicciones que jamás prometí causarle…” (ESM, Memorias Fantásticas, p. 281)

Reproduzco una disquisición de Antonio Nariño, y la respuesta a la carta del general Baraya:

“Alguna vez cuando mi destierro en Londres, asistí a una representación de marionetas, muñecos que aparentemente tenían vida propia, pero a los que en realidad mano y voz ocultas les comunicaban vida ficticia. ¿No se escondían, tras de la marioneta que firmaba esa carta, la mente y la mano del doctor Camilo Torres?

Envié a Baraya mi inmediata respuesta:

Antonio: Acabo de recibir tu carta de contestación a la mía, y veo que no hay remedio, que todo paso contigo es infructuoso. Envolvamos nuestra patria en luto, puesto que así lo quieres, y quizá te desengañarás de que nada hay más incierto que tus pretendidos triunfos…Adiós, quizás para siempre.” (ESM, 282)

Así van cayendo estatuas de barro de pedestales de nuestra independencia a medias, en semejante vorágine. Es una tramoya donde, hasta el propio Simón Bolívar es objeto de sospecha y crítica, en más de una ocasión. Por lo pronto aquí aparecen mencionados y desfilan con sus miserias y dogmatismos dos personalidades en claroscuro: el abogado Camilo Torres y el general santafereño Antonio Baraya.

También sigue en el desfile de sombras chinescas el atormentado ingeniero Francisco José de Caldas, colegial del Rosario, quien así se refiere a Antonio Nariño ante la visita de Camilo Torres, cuando Santa Fe será atacada por un bando neogranadino:

“Mire lo que ese canalla de tirano ha obligado a hacer a mi esposa. La ha obligado a escribirme una carta en la cual me exhorta para que intervenga ante el Congreso y lo convenza de que ese tirano (Nariño) tiene razón, porque de lo contrario ella y mi hijito sufrirán las consecuencias de la guerra.” (Op. Cit., 294)

La respuesta de Camilo Torres no es menos reveladora de su enmarañado inconsciente:

 – ¿Obligado? – le respondió con intencionada sorna don Camilo – Yo no pienso que Nariño tenga necesidad de obligar, especialmente a las mujeres. ¿Acaso no es él un terrible seductor? … El doctor Camilo Torres clavó sin sensiblería este certero dardo en el atormentado corazón del ingeniero.” (p. 294)

Un thriller histórico a caballo entre siglos

Peter Whitelaw, quien siempre que aparece y desaparece, y como por encanto encuentra al terrible y despiadado Aniceto Funes es una misteriosa bisagra. Aniceto recuerda a inmortales personajes sacados de las obras de Jorge Luis Borges. Es mentado en la campaña con los Centauros del Llano, a quienes manda José Antonio Páez. El escenario es la conversación que éste tiene con el coronel Antonio Nariño, hijo del precursor:

  • Coronel Nariño- me dijo Páez- le ruego el favor de avisar al general Bolívar que las embarcaciones están a la orden.
  • Repasé el río y a galope tendido llegué con el mensaje hasta el general Bolívar.
  • Soplaba esa noche calor insoportable, que no me dejaba dormir…escuché la voz de Virginia:
  • -Ya te acostumbrarás al calor –me dijo- como nosotros los llaneros.
  • Oye, Antonio, ¿quién es Funes?
  • ¿Qué pasa?
  • ¿dónde oíste ese nombre?
  • Pues fue que oí a Peter Whitelaw que hablaba con alguien llamado Funes… Fue por casualidad. Yo pasaba por la tienda de Whitelaw y oí voces. Whitelaw decía que no había que hacer caso de Braulito, que era un inexperto; pero Funes me parece que insistía en que había que castigar su insolencia. Luego ambos se callaron y no oí más.
  • Funes aquí- pensé en alta voz. ( O.c., p. 569)

Funes reaparecer en la tercera parte de las Memorias, La campaña del Sur, cuando José María Cancino reporta la muerte del teniente Araoz a Antonio Nariño jr:

-El teniente Araoz murió en la Alameda…Lo asesinaron.

– Cómo… ¿quién?

Ese maldito Funes. Cuando yo llegué…Araoz agonizaba: puse su cabeza en mis rodillas y alcanzó a decirme:

Fue Funes…te acuerdas que…vi…mi muerte…sentenciada en sus ojos. Me estuvo…ace…chando y me… disparó un ti…ro por la es…palda… (ESM, O.C., p. 302).

Nariño interviene: “Pedí al guardia que hiciera llamar al coronel Cancino, a quien deseaba demostrar que entre su padre y yo reinaba la amistad de siempre.

  • Señor – dijo el guardia al volver- el coronel Cancino no aparece por ninguna parte. En su cuarto solo encontramos esta nota sobre la cama. (O.c. p. 304)
  • Al tirano Nariño: Ya la pagó el subteniente Araoz. Ahora la va a pagar Cancino, que lo tengo en mi poder. Y el próximo será B…Sabrán de Funes.” (Ibídem., 305)                                                                                                                              

De más detalles de la historia de Funes nos enteramos más adelante, cuando Antoñito Nariño y Salvador llegan a Fusagasugá en su búsqueda. Se encuentran en la casa de de José Antonio Zea, en el segundo piso, a oscuras. Antoñito se tropieza con algo: 

“… ¡Es una persona! ¡Diablos, Salvador, aquí, agáchate! Está fuertemente atado. ¿No será…?

  • ¡José María! – exclamaron.” (o.c. p. 3129

Los amigos trasladan a José María a la casa cural. El párroco los auxilió, y cuando la respiración del herido se normalizó, vinieron las preguntas. Dijo que se topó con Funes en San Agustín, cuando iba para el cuartel del Auxiliar:

“Me puso una pistola sobre la espalda y me dijo “Andando”. No me permitió durante todo el camino que le hiciera ninguna pregunta…Y andando llegamos a Fusa, de la cual Funes tiene un gran conocimiento…Apenas entramos en la casa, me golpeó. Al despertar me di cuenta que estaba atado y amordazado.

Funes descubre  cuerpo y alma

Funes sentado en un butaco … Una esperma prendida le iluminaba el rostro. Es el de un hombre común y corriente, con apuntes de bigote y barba. Tendrá veinticinco años, pero representa muchos más…me lanzó a la cara una bocada de humo, apestoso por cierto, y me dijo:

El mayor error de los mentecatos es no tomar en cuenta las amenazas de la gente seria. Yo le dije a ese mentecato de Araoz que ustedes me la pagarían. Él ya la pagó, usted la va a pagar ahora… ¡Sabrán de Funes! Todos… ¿por qué me estoy vengando? De Araoz y de usted por haberme amarrado en Chocontá, gracias a lo cual perdí un ascenso, pues el general Baraya creyó que yo había desertado. Y de los demás, ¡que ya sabrán de Funes!, por haber derrotado a las tropas del Congreso y frustrado así mi gloriosa carrera…Aniceto Funes no está destinado para la mediocridad…” (o. cit., 314)

En el capítulo V, Sitiados, de la cuarta parte aparecen dos citas que firma Funes. Una se refiere al episodio de la inmolación de Ricaurte en San Mateo. Una carta que está leyendo Nariño hijo.

“No hubo la voladura en San Mateo, ni tal sublime sacrificio…ja ja ja… El héroe vuela en pedazos para salvar a sus compañeros… ese cuento se lo inventó el general Bolívar para asustar a los españoles. Yo mismo se lo oí decir en Santa Fe. La verdad es que Bolívar encontró a su marido tendido boca abajo, con dos balas en la espalda…” (ESM, 381)

Luego llegó José María Cancino, con otra carta de Funes quien le robó una yegua, y huyó ileso, y se la mandó a Juanita, la esposa de Antonio Ricaurte.

  Ahora lo interpela:

“Usted tiene la cabeza más dura de lo que yo pensaba. Ya van dos veces que

sale vivo de mis manos. A la tercera me cuidaré que no sea así, sobre todo porque me lo ha recomendado mi amigo el coronel Rodríguez, quien usted propinó un cobarde bofetón…

P.D. Usted y Nariño están entre dos fuegos, los españoles afuera de las murallas y yo aquí dentro. ¿Qué tal? F.”

Después, en el sitio de Cartagena, en el barrio de Santo Domingo, al ingresar Nariño a la casa de los Madiedo, preguntó por Juanita y Mariana.  Le respondió una voz masculina de sonido grave:

Antonio: ¿Quién es usted?

¡Yo? Yo soy Aniceto Funes – contestó con aterradora indolencia. (ESM, MF, p. 414-15)

  • Quietas esas manos – me ordenó levantando una pistola- Será mejor que no intente nada.

¡Todos! Todos son mis enemigos. Funes no tiene más amigos que Funes…porque nadie puede apreciar lo que Funes vale, sino el propio Funes.

Tiró el tabaco y se puso de pies

¿quiénes fueron mis padres? Nunca me enteré…me crié entre la escoria, cuidado por una buena vieja que me azotaba y me hacía trabajar para ella como un negro. Hasta que… jo   jo… le enseñé quien era yo. (ESM, MF, p. 415)

Nariño: -Usted es muy valiente con esa pistola, Funes, pero apuesto a que si ambos estuviéramos en iguales condiciones, lo hacía correr como a perro asustado.

Funes: -Jo  jo   jo… Nariño es el que me va a hacer correr a mí. A Funes, que nada le teme…Saque su daga y pelearemos. Y verá como Funes corre, pero detrás de usted.

Colocó la pistola sobre el canapé y empuñó una daga…En cierto instante tropecé y caí en el canapé, encima de la pistola…Este se me venía, la daga en alto, dispuesto a dejarme clavado en el sitio. Tomé sin vacilar la pistola y disparé, con tan mal tino que le dí en el brazo…Dejó caer el puñal y brincó sobre mí…Cuatro brazos me lo quitaron de encima. Eran Braulito y el coronel Campomanes…(O. cit., p. 416)

Un desenlace inesperado

Despidamos esta selección con otro episodio tomado de la Sexta Parte, Los Centauros del Llano, donde aparece como protagónico Peter Whitelaw y una revelación del inefable Funes:

Nariño: Sugerí a José María que pasáramos por la casa de su tocayo, don J.M. Caballero; algo sabría aquel astuto artesano…En su domicilio no nos abrió él sino…

Nos abrió Aniceto Funes…Caballeros tengan la bondad de seguir…¿Cómo sabía Funes que nos dirigíamos a casa de Caballero?

-Dejen quietas sus pistolas- advirtió…les puedo asegurar que no las necesitarán…mis intenciones son tan buenas como las mejores…

¿Por qué vibraba tanta sinceridad en esa voz que fue siempre de falsete?

Funes: -No entremos, señor Nariño, en razones … ¿Qué saben ustedes de la soledad de un niño que no tiene más compañía sino frío y amargura?… Todo el mal que he hecho no lo podré reparar, ni lo pretendo…Y no es para reparar un mal, que ahora me hago su aliado … (O. cit., 557)

¿Qué gano con ese odio irracional y morboso que nació el día aquel malhadado en que Cancino y el teniente Araoz me amarraron?… Sacó un tabaco y lo encendió.

La sombra viva de Peter Whitelaw

Nariño: – ¿No es ese uno de los tabacos que fuma Whitelaw?

¿Hum? Sí, sí: este me lo regaló él. Y a propósito, Peter Whitelaw los está esperando en San Diego, con caballos para que emprendam su viaje a los Llanos. No… no digan nada. No se preocupen por su mujer y su hija, señor Nariño, ni por su madre, señor Cancino, que ellas están bien y a salvo…(O. cit., p. 558)

Peter Whitelaw no quiso decir cosa alguna respecto de Funes.

Funes me prohibió abrir la boca.

Whitelaw no mencionó a Funes durante el resto trayecto…El 30 de enero llegamos a Mantecal, nos acogieron…

Pero, chicos, ¿de dónde vienen?… Allí está el sargento Chincá que pelió en Macuritas.

¿Y qué misión los trae ahora por aquí?

Ninguna, sargento –le dije­. Venimos a unirnos al general Páez.

Felicitábamos al sargento Chincá por la espléndida victoria…cuando Peter Whitelaw abrió los brazos y exclamó:

  • -Braulito, si es Braulito, my friend –
  • Nosotros te hacíamos en Jamaica – le dijo José María.
  • Allá estaba, pero me vine para acompañar al general Bolívar… ¿cómo pudieron escapar de Cartagena?… supe de la muerte de don Salvador, José María…siento mucho…Yo también perdí a mi tío, y todo por ese maldito… ¿Qué ha sabido de él?
  • No nos ha abandonado. Le dije- pero ahora está en Santa Fe.
  • Ah cuando esta guerra termine yo lo buscaré para hacerlo pagar sus canalladas.
  • -Será mejor que no- le recomendó Whitelaw- a hombres como Funes es mejor no buscarlos. Y si él no se mete contigo, no te metas con él.
  • Yo no le tengo miedo a ese maldito, y desde que salí de Cartagena no espero sino la hora de mi venganza…
  • Mala cosa- murmuró Whitelaw; tiró al suelo su cigarro, lo aplastó con el pie y miró pensativamente a Braulito” (O. cit., p. 561)

Aquí se interrumpe la citación de la novela Memorias Fantásticas, con la que se homenajea a Enrique en sus ochenta años de vida creativa, en rebeldía que le lleva la contraria a la historia oficial. En la que le da vocería a los muchos, a través de figuras históricas controvertidas, de criollos e hijos de criollos, figuras del mestizaje andino americano. Por entre sus historias se cuelan otras presencias que revelan la pluralidad de la nación colombiano, y el estado contrahecho que tenemos a la vista.

 Es la suya una saga que arranca con aquellos criollos protagonistas, a fuerza de los acontecimientos, que buscaban proclamar una república temerosa de cortar las amarras con el rey. La prisión había había dispuesto el cesarismo progresivo del dictador Napoleón Bonaparte, que lo encerró en Bayona. Autoproclamado emperador desarrolló un nepotismo modernizador, al poner en la España imperial, como regente a su hermano, José.

 Abierta la caja de Pandora de la lucha por la independencia americana, que confronta el imperio tambaleante de los Borbones, en Colombia nos proyecta la figura excepcional de Antonio Nariño, el héroe predilecto del historiador que celebramos en su cumpleaños. Nariño brilla, apretujado entre la ilustración y el despotismo no renuncia a la libertad, y da personería al liberalismo en el continente americano.

Las luchas intestinas entre los habitantes de la Nueva Granada abren las puertas a la reconquista española, luego que la primera república española, nacida con la revolución de Riego se hunde. El pacificador Pablo Morillo hace de las suyas, segando vidas de patriotas con arrogante displicencia.

La República en la “madre patria” no volverá a levantar cabeza, nueva luz en la primera mitad del siglo XX, para volver a ser aplastada por la fuerza, con el golpe del general Francisco Franco y la reacción peninsular.” En Colombia, la república queda sujeta después de la muerte de Antonio Nariño y Simón Bolívar a los avatares de las oligarquías criollas, militaristas y terratenientes.

Este estilo premoderno de vida política y civil tocará con la tragedia la existencia de un gran artista, José Asunción Silva, quien es otro personaje de excepción, que Enrique rescata de las brumas del suicidio, y descubre, en cambio, las exactas dimensiones humanas, poéticas y críticas de este heraldo de la modernidad en Colombia y en América.

El terceto biografiado lo completa Enrique Santos Molano con la vida y la obra de Rufino José Cuervo, un cultor erudito y genial del español americano, en su matriz castellana, que da prueba de su rigor científico y de la disposición de hacer de Colombia una nación y un estado en posibilidad de darle vía a una personalidad plural, viva, y creadora.

Solo nos queda, la grata espera de cinco obras más que Enrique ha estado anunciando; puliéndolas con generosidad y nuevas revelaciones en los últimos veinte años. Entretanto, el suyo es desde ya un legado invaluable a la cultura colombiana sin ahorrarse complejidades y contrastes.

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