2022/Colombia/DEMOCRACIA/PAZ EN COLOMBIA

SENTIDO COMÚN DOMINANTE  Y OPOSICIÓN ELECTORAL

SENTIDO COMÚN DOMINANTE  Y OPOSICIÓN ELECTORAL

Por Miguel Ángel Herrera Zgaib, PhD*

Lucha de cúpulas político-culturales en la representación.

                  “…hay dos propuestas de dónde escoger.” Angélica Lozano, senadora de la Alianza Verde.
                  “Nos exponemos a que perdamos las elecciones nuevamente.” Senador Gustavo Bolívar. 
  Decentes/Colombia Humana.

                                                                      A la vista de tod@s está la disputa “civilizada y tramposa” del pasado 20 de julio en la elección de la mesa directiva del Senado; porque ella marca a propios y a extraños el partidor en el ciclo de elecciones en Colombia. Estas serán el colofón que resolverá cuál es el estado de nuestra democracia en el desenlace de una prolongada crisis de hegemonía.

Indicándonos quién o quiénes tendrán las mayorías del Congreso, y de qué bloque saldrá el ganador de la presidencia como resultado del ballotage para el año 2022. En consecuencia, las elecciones mostrarán a la vista de todos, si en el posconflicto seguiremos legitimando el gobierno del bloque de la guerra, o le daremos paso a un nuevo pacto que refunde a Colombia, para bien, un pacto histórico que la revista Contravía proponía al final del siglo pasado (1999)**, como un urgente modo de secularizar al país, dándole tránsito, por fin, a una lógica política adversarial, que está por verse.

Este ciclo es definitivo en materia de representación. Comporta de manera ritual, por una parte, la elección de congresistas, con un repertorio necesario de consultas paralelas; y de otra, éstas revelan ante la opinión pública la debilidad manifiesta de los partidos que contienden como tales para movilizar a nuevos y viejos electores.

Una parte importante de la vida política que gobierna con Iván Duque y el Centro Democrático, la que llamo el partido de la guerra, porque se resisten en política a salir de la teología política, la relación amigo-enemigo, en lugar de transitar a la lógica secular adversarial, hace cábalas y nuevas marrullas con respecto al rumbo presente del partido de la paz, que vuelve a estar dividido entre dos proyectos, que lideran la Coalición de la Esperanza y el Pacto Histórico. Estos dos parecen, en cambio, apostarle a la lógica política adversarial, sin la cual la democracia representativa liberal es inviable.

Dos lógicas y el sentido común dominante

En Colombia, por lo demás, el líder del Centro Democrático, en caída libre su popularidad, y sus acólitos prefieren lucrarse de la “guerra de religiones. “Para cortarle las alas, a como dé lugar, a la Oposición que nació bajo la fórmula de la Alianza Democrática- M19. Aquella confusión entre política y religión es el fruto envenenado pero eficaz de una heredad en parte novohispana, en cuya fabricación confluyeron, de modo principal, componentes jesuíticos y dominicos, la cual se resiste a morir.[1]

La caracterizo así, porque tomo en cuenta algo que indaga de manera sostenida el italiano Loris Zanatta, doctor en historia, con respecto a las raíces del populismo peronista en Argentina que explican en parte su permanencia hasta nuestros días.

Aclaro, que el argentino es un populismo que no podemos confundirlo con la versión desteñida, descafeinada del populismo colombiano, donde la igualdad social es una promesa incumplida desde los tiempos coloniales en adelante; y, además, el nacionalismo es un asunto en el que se entremezclan de modo explosivo religión y fútbol, por un lado; y, por el otro está la pérdida de territorios estratégicos como Panamá, donde, sin embargo,  los Estados Unidos, su gobierno depredador, resulta ser el “mejor amigo” de la elite oligárquica desde los tiempos de Eduardo Santos, quien abandonó pronto el entusiasmo por Sandino, el general de hombres libres, ante la invasión imperialista de Nicaragua.

Así que aquí el nacionalismo colombiano es una comunidad imaginaria por excelencia,[2] ayuna de satisfacciones materiales.[3] En cambio, sostenida, erigida sobre dos creencias, un dios católico, apostólico y romano que alimentó la “Violencia” en los campos, durante el medio siglo pasado; y luego el fútbol que difundió la pasionalidad laica con El Dorado del medio siglo pasado, que fue posible por una huelga de futbolistas en Argentina, que nutrió el nuevo espectáculo de masas, con su ritualidad de fin de semana, como las misas.

Fue un tinglado montado después del asesinato de Gaitán, y en medio de la violencia en los campos. Esta segunda creencia se nutrió en su implante definitivo en las ciudades y sus barriada populares tanto de la bonanza cafetera como la paz impuesta por el general Gustavo Rojas Pinilla a la guerrilla liberal que por miles resistía y crecía en los Llanos, pero sin la autonomía suficiente de quienes seguían siendo sus gobernantes en la sombra.

De ese modo se trasladó en Colombia, con la pacificación del medio siglo la pasión por los equipos de futbol del campo a las ciudades pobladas de migrantes desplazados; organizándolos a la postre con parejas de pobres y ricos. Los equipos de fútbol de Millonarios y Santafé en Bogotá son ejemplo vivo de este dualismo socializador que se repitió en las grandes ciudades que resultaron de la urbanización, acrecentada como fruto amargo de la desposesión, y el desarraigo campesino sin reforma agraria, y perseguido a sangre y fuego.

En el siglo pasado se sitúa esta secularización bizarra, impregnada de la lógica teológica amigo/enemigo, que se repite en los estadios y sus alrededores, en tiempos de pandemia y bajo los estallidos autoritarios de Claudia López y su comparsa light, el secretario de gobierno que gusta de los tenis Converse. Donde ahora en lugar de comer fritanga, prohibida para resguardar la salud pública, —como antes se hizo con la chicha Muisca en los comienzos del siglo XX —, las bandas de jóvenes desfogan sus frustraciones.

Se golpean hasta casi producir la muerte del contrario, sin “ensañarse” como los “vándalos” del presente, en estrellar su furia contra los bienes muebles e inmuebles, la sacrosanta propiedad privada cuya presencia privilegiada se exhibe en público, y parece, la más de las veces, importar más que preservar la vida de los pobres enredados en el sentido común dominante, donde las barras bravas se olvidan de la consecución de la igualdad social embriagadas por el fanatismo futbolero. Esta diferencia la reproduce y la recuerdan con descaro quienes son los verdaderos dueños del país, antes y después de la pandemia, cuyo inventario actualizado continúa el economista Julio Silva Colmenares.[4]

Al lado de los monopolios, donde se ubican los de arriba, quienes multiplican con desparpajo sus ganancias, fruto del capitalismo político que es el que aquí impera, crece la cuenta de más de 111.000 víctimas mortales, fruto del desmantelamiento y privatización de los servicios de salud y sanidad. Al mismo tiempo sigue la campaña de eliminación personalizada de los excombatientes guerrilleros, para quienes el posconflicto es el espejismo de “la tierra prometida”; y la búsqueda casa por casa, la “operación rastrillo” contra los jóvenes desempleados y miserables de Cali, en primer lugar, signo de la revuelta y la rebelión ciudadana y popular de las multitudes.

De allí se irá generalizando a las otras ciudades como componente del fascismo social; diagnosticado desde los años 90, como componente del experimento del desmonte de lo progresista de la Constitución del 1991. No en lo inmediato porque median los cálculos electorales que aumenten la cauda de votantes de la oposición política que lideran los dos Gustavos, el trompo de poner de la reacción y sus estratagemas mediáticas.

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[1] Doctos militantes e inquisidores, como lo recuerda el palacio de la Inquisición en Cartagena, para aconductar a naturales y negros en el mestizaje racista.

[2] Para recordar el texto de Benedict Anderson, cuando debatía en Gran Bretaña la problemática de cultura, nación y estado, animado por el grupo de intelectuales de la nueva izquierda, orientados por Raymond Williams, Robin Blackburn, Perry Anderson, Stuart Hall, entre otros, a través de New Left Review y otras publicaciones de la izquierda ortodoxa.

[3] Argentina experimentó con el Peronismo, un estado de compromiso impuesto por un exmilitar entre elites oligárquicas y trabajadores organizados. En Colombia, este intento se frustró con el asesinato de un caudillo popular liberal, primero; y luego con la traición de un caudillo de prosapia populista extemporánea, Gustavo Rojas Pinilla, el “pacificador” del Llano, a quien le robaron la elección presidencial.

[4] Ella prueba el comando soterrado o abierto del capital financiero especulativo, repartido entre los verdaderos dueños del país, como lo registra el trabajo pionero del economista Julio Silva Colmenares desde 1977, y quien ha actualizado su primera pesquisa en la edición de 2020. Al respecto, según Eduardo Gutiérrez Arias, Colombia tiene ocho grandes monopolios cuyos activos ascienden a 1.140 billones de pesos colombianos y 380.000 millones de dólares (el 120% del PIB nacional de 2017). Controlan las áreas fundamentales de la economía nacional (financiera, industrial, agroindustrial, comercial, de transporte, de servicios públicos, medios de comunicación, etc.).

Los ocho monopolios de marras son: el grupo Aval dirigido por Carlos Sarmiento Angulo, el grupo Santodomingo, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), el grupo Ardila Lulle, la oligarquía azucarera del Valle, el grupo Char de Barranquilla, el grupo Gilinski y el grupo financiero Colpatria.

Las Dos Orillas registró en febrero del 2018, a 5 de sus líderes entre las 1.000 personas más ricas del mundo según la revista Forbes: Carlos Sarmiento Angulo, US$12.600 millones en el puesto 126; Andrés y Alejandro Santo Domingo, con US$4.400 millones en el puesto 492; Alejandro Santo Domingo; Jaime Gilinski, con US$3.700 millones, en el puesto 632, Carlos Ardila Lulle, con US$2.900 millones en el puesto 838.

*Presidente de lnternational Gramsci Society, IGS-Colombia
Director del Grupo Presidencialismo y participación. Unijus/Minciencias.

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https://cronicon.net/Contravia/contravia2.htm

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