Cine

Érase Una vez Sorrentino

ÉRASE UNA VEZ SORRENTINO…

A PROPÓSITO DE LA PELÍCULA “FUE LA MANO DE DIOS”

Juan Carlos García Lozano
Barcelona

En la película Fue la mano de Dios (2021) encontramos la confesión íntima y carnal del director napolitano Paolo Sorrentino sobre el cine: es un homenaje al séptimo arte en su propia persona. Como tal, la producción cinematográfica me recordó el hermoso título de Nietzsche: Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es. En ese sentido debemos decir que esta es una historia de formación de un artista burgués, a lo Goethe con su Wilhelm Meister, a lo Flaubert también. La burguesía se hace dirigente. Los artistas lo son: el arte los salva.

Quien se entrega a esta pieza audiovisual de Sorrentino con sus dos horas y diez minutos de duración también vive su propia educación sentimental. Nos encontramos con una memoria colectiva en multicolor, que golpea todos los sentidos, empezando con los primeros segundos de la película sobre un Nápoles como paraíso soñado, y terminando con la imagen de espejo del artista que se mira a sí mismo con incertidumbre, mirándonos nosotros también en él.

Como en la película se habla el lenguaje del cine y se traduce este lenguaje a la vida cotidiana, se homenajea y coquetea con el cine de Sergio Leone y su Érase una vez en América. Así también Sorrentino se mira en tanto director como un artista, como aquel trabajador de la cultura burguesa con una lección aprendida: el cine puede ser la reconstrucción más bella de nuestras vidas desoladas; es un largo viaje interno y externo, como en Leone.

Toda formación o vocación espiritual está precedido por un drama fundamental. Y a esta la precede igualmente un goce individual o colectivo, sumada a ella la dicha, el encanto y la carcajada. En el comienzo está la risa. Si la formación espiritual está definida por la decisión del joven protagonista de ser director de cine (absurdo a su corta edad con 16 o 17 años y con sólo tres películas vistas); el protagonista y su familia vive la dicha, el goce y una serie hilarante de chistes que juegan con el sentido común de la cultura napolitana. Esta es la primera parte de la película cuando el espectador extranjero ―como en mi caso― no sabe si debe reírse o es mejor callar.

En la segunda parte de Fue la mano de Dios tenemos el drama fundamental constituido: la huida del protagonista, en lo físico, en lo intelectual y en lo estético. Un niño que se hace hombre: sin padre, sin madre, sin amigos, sin familia, sin amada: no tiene un pasado fundacional que lo ate. Es un abandonado que solo quiere amar el cine como su compañía fiel. Un huérfano que en la oscuridad de las calles y de las playas se hace artista: decide ser conscientemente un director de cine. Lo asume. Toma el tren y huye a Roma.

Pero la historia pudo ser otra si el joven artista hubiera encontrado el amor correspondido en una mujer. En dos ocasiones Fabietto quiere hablar con una actriz que le gusta, acaso abrazarla, desearla y amarla. Brindarle con ello la protección y la compañía que a él también le falta. No lo logra en ninguna ocasión: ella siempre se le va con otro. Parece que Fabietto no puede amar, no puede entregarse a otro drama en su vida: le falta coraje para amar con decisión a una mujer hermosa. A los 16 o 17 años no conoce el amor pasional, y tampoco el sexo. Es un principiante en todo idealizando eróticamente hasta a su tía como su “musa”.

Como en la novela autobiográfica de Coetzee, Verano, si el hombre no conoce a las mujeres, no ha estado con ellas ni las ha conquistado, no tiene aún la fuerza; no puede entonces llegar a ser un creador, es decir, un artista; en el caso de Coetzee un novelista, en el caso de Fabietto (Sorrentino) un director de cine.

En la película de Sorrentino, tanto en su primera parte, como en su segunda, se nos dan las claves de por qué unos hombres o mujeres son artistas y por qué otras u otros no lo son. La clave principal está en la decisión de romper con el pasado, esa ruptura con todo lo que somos. Sorrentino encarnado en Fabietto (rebautizado Fabio al final), construye una pintura que va de menos a más bajo el supuesto de que la decisión no está en dejar de ser, sino en ser lo que se es. Y Fabio al final como novel protagonista lo sabe: ser director no era entonces para él una opción de vida, sino una decisión tomada. Cuando ve al niño monje en la estación de tren ya lo sabe: va por buen camino.

Los últimos 20 minutos de la película son la cumbre de esta decisión consciente que arroja al novel artista lejos de sí: a la construcción de su mundo fuera del núcleo familiar: niega con ello toda la risa y la carcajada de la primera parte de la película. Fabio tiene que hacerse a sí mismo: ser un artista, crear. Un hombre adulto es acaso un hombre serio: lo vemos en la imagen del espejo durante los últimos instantes de la película. Hacerse hombre consciente es saber que no está determinado por nada de su pasado, aunque Maradona salve al artista.

La película tiene también  una serie de ingredientes llamativos que le dan consistencia a la historia de formación juvenil, al érase una vez… Personajes folklóricos de todo tipo, frases cargadas de lecciones de vida, carcajadas o silencios que lo dicen todo, colores pasteles que presentan el marco visual de la juventud, la mecánica de la iniciación sexual, la ideología comunista como referente de orden cultural, Fellini como maestro tras bambalinas, la pasión del futbol como fe de los pueblos, un erotismo juvenil en la figura de una mujer erotizada hasta la histeria, Maradona como rey coronado, la mano de Dios como venganza. ¡Nápoles parece un mundo!

Fue la mano de Dios es la historia audiovisual de una verdad estética difícil de asumir: el verdadero amor de un cineasta no está con una mujer ideal, está en el cine y solo en él. La mujer se vuelve el cine mismo. Y Sorrentino como buen artista nos lo confiesa: en la película se hace carne.

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